©deborah castillo

                  

Desafiando al coloso:Tres Actos”, de Deborah Castillo, Museo Universitario del Chopo, Ciudad de México, 2022. 

 

Así se escribe la historia: levantamos monumentos de engañoso bronce, apilamos las páginas de libros que creemos mausoleos, paseamos por ruinas que nos exigen orgullo, escuchamos la obertura estridente de la guerra. El rostro de la historia se nos presenta con la efigie perversa del caudillo, cuya sombra ondea como una bandera. El filósofo José Luis Barrios nos lo advierte en su lectura de Nietzsche, la historia monumental busca rehabitar la figura del héroe como coloso para hacer que el efecto del pasado se produzca en el presente. El arte contemporáneo, en cambio, se afana en las grietas. ¿Qué puede un cuerpo frente a la historia? Desafiar el monumento con la potencia anhelante de la vida. Para poder vivir hemos de tener la fuerza de derrumbar el pasado. Los gestos de Déborah Castillo insisten en la valentía que se requiere para ser libre: mirar de frente al coloso y recordarle que no está hecho de bronce sino de arcilla fresca. Las manos iracundas de la artista deforman la figura del héroe y con ella su peso sobre el presente. Para hacer el duelo ante la violencia de la historia, en la obra de Castillo no hay una sustitución del monumento por una memoria piadosa, al contrario, hay coraje iconoclasta para burlarnos del rostro deforme del caudillo. Lo que quedan son las paredes resquebrajándose a cada martillazo de la artista, una puesta en escena de la reescritura del barro. En el tiempo suspendido de la bofetada está el veredicto del cuerpo, la sentencia del gesto, la merecida inclemencia ante el poder que se pretende eterno. 

 

Torrivilla